25.2.08
Nuestro pan de cada día
La miraban siempre escépticos, deformes y gordos mientras intentaba controlar el temblor de sus manos. Esa cucaracha deseaba más que nadie compartir su pasión con los alumnos de aquella universidad elitista y mediocre. Era examinada por un grupo de personas que, en cuanto aprendieron a hacer sumas con los dedos, cobraron un cheque y cobraban sus cheques y cobraban sus cheques y la examinaban. Era examinada por los nietos de uno que otro intelectual muerto y olvidado. Estiraba poco a poco la tela de un vestido hecho a mano que, para esos escépticos y gordos, era solamente un pedazo más de su pobreza. La miraban vacíos. Pensaban en sus cheques y sus cheques y sus cheques. No la examinaron nunca porque la canalizaron desde siempre hacia la puerta, porque ahí se pone todo lo que no ha pasado por la podredumbre del aliento literario.
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