24.10.08

Saber mentir: recordar para olvidar

Deja el recuerdo caer como un fruto por su peso
Samba del olvido

Le hablé de buena manera. Le pedí, incluso con cariño, que se fuera de mi espacio. Que me dejara sola. Que dejara de habitarme. También fui por una escoba y lo traté como a una rata, una rata gris, una rata que por más ser vivo me daba asco, que por más ser vivo me daba asco. Lo traté como a una rata porque para mí eso era. Era algo gris, algo invasivo, y lo perseguí mil veces, con mi escoba y mis ganas de largarte lejos. Y lo perseguí como una loca triste, y lo perseguí desesperada, y mis escobazos derramaron unas cuantas gotas.

No te ofendas. Sé que un día tuvimos algo, pero así te pienso hoy. Gris, turbio, sucio, y quisiera darte de escobazos.

Le pedí que se marchara, que desapareciera. También me puse triste; también lloramos. En algún momento yo misma cedí y le pedí que se quedara. Le dije “no puedo, quédate” y me senté en la esquina de mi casa, para seguir pensando mientras mi escoba me miraba más desconcertada que la propia rata. Pero tenía que irse, después de todo pronto serían seis meses, es decir, medio año, es decir, lo suficiente como para seguir adelante, sin tu temperatura, sin tu forma de estorbarme, sin lo de siempre por lo que dos personas se vuelven nuncas que se repiten interminablemente.

Pero pasó lo que debía pasar. Me acostumbré a él y permití que me mirara mientras lavaba mi ropa, mientras lavaba mi boca. Dejé que me mirara al dormir, y con el tiempo también dejé de esconder los pretextos. Me acostumbré a sus restos de comida, al cinturón y a los pantalones de mezclilla de la última noche. Me acostumbré a la mochila gris y permití que se arrumbara por las mañanas junto a la lavadora. Porque pasó lo que siempre pasa.

Y pasó lo que tenía que pasar. Pasó el tiempo y se me fueron esas ganas de largarte lejos. En cambio, le ofrecí café y hasta miramos el partido juntos. Bebimos cerveza y festejamos un gol. Perdón o costumbre, en la memoria da lo mismo. Aunque, te sigo pensando sucio, turbio y gris. Ya ves. Hay cosas que uno se inventa y hay cosas que fueron ciertas. Tú te bañabas diario, pero eras turbio y gris, como la rata que esta mañana se fue indignada de mi casa.

Y no te ofendas. Yo sé que un día creí, teníamos algo, pero tantos colores sólo se pueden en mi imaginación, y tú eres gris y triste, como un inverno.