11.12.09

Cosas que no se superan fácil

Todos tenemos una herida, algo que nos dolerá por siempre, que sangrará eternamente.
Una herida y nada más: Lágrima pequeña, lágrima constante, zumbido vibrante, zumbido silencioso, eternidad que desgarra. Eternidad a secas. Una carencia enorme, una debilidad profunda y evidente, lista para sangrar hasta el cansancio de los otros. Muy parecido al infierno, pero con Dios de tu parte.

Y yo podría sentarme todo el día
todos los días de esta vida
en esta mesa redonda y de madera
para buscar las palabras: lágrima, zumbido, imposibilidad, diente, retorno, eternidad, hueco, carencia, y de nuevo, mi imposibilidad para mirar hacia otra parte.

Podría pasar toda mi vida en esta mesa buscando y encontrando las palabras que describen lo que siento. Y para qué?
no dejará de doler aunque recorra el diccionario de la A a la Z robando aquello que más se ajuste a eso que me duele siempre. Porque conozco mis límites, y sé que hasta en el diccionario hay una última página, un punto final. Y ya agotadas las palabras quizá aún me sienta triste, vacía y rota.

Porque cuando alguien golpea ansiosamente la botella del diccionario para sacar las últimas gotas es porque previamente se ha bebido cientos de horas mirando al cielo tratando de comprender, de comprender, de comprender.

Y el cielo, que sólo tiene estrellas, y esa botella de papel, que sólo guarda definiciones, y este saco de huesos y piel y miles de lunares, que sólo sabe responder con lágrimas.

No tengo remedio.

Cómo sacar entonces una respuesta de ahí, con mis definiciones, estrellas y lágrimas. Mis lágrimas vencen a las definiciones y dejan en mi mente nada más que manchas, manchas. Muchas manchas de razón. Y las estrellas, que no se mueven, que no cambian, que sólo anuncian el fin del mundo, a mí me dicen que esa es mi deuda por otras vidas, por otros tiempos en los que supe lastimar, latiguear, lapidar. Por otros tiempos con sus números interminables y pendientes.

Pero la vida sigue, supuestamente. Así la vida transcurre, llena de deudas, fingiendo que salta de página en página, de la A de alegría a la Z de zacate. Así transcurre este saco de huesos, piel y lunares, buscando respuestas en las estrellas que mueren trás anunciar que el sol se apagará muy pronto. Lanzo palabras para saciar a esos números interminables y pendientes.

Los números rascan en mi mente, desgarran mis ojos, buscan en mi corazón el hueso que perdieron. Debilitan mis manos, rompen mis tobillos, se limpian los dientes con mis costillas y me recuerdan lo que es la eternidad a secas, siempre con Dios de mi parte.