24.9.08

Av. Revolución


Iba yo, iba. En el auto a eso de las dos de la tarde. Mirando los seis carriles, mirando. Los seis carriles y las ballenas enormes, sostenidas por el cielo. Montadas en el cielo. Las ballenas de concreto nadaban en el cielo mientras los autos las recorrían. Iba yo, pensando que un día por ahí pasé y pensé que te quería, que te quería de vuelta. Que te quería volver a ver.
Esos momentos que no se viven realmente se sienten y se detienen.
Se sienten y me detienen el corazón. Detuve el coche para sentir la eternidad.

Cómo parar el coche? Detenerlo ahí, justo debajo de esa ballena de concreto? Sería, tal vez, ser incapaz de pensar en los demás.

Pero paré. Y las ballenas me cubrieron, toda, con una sombra muy inmensa y triste.

“Ahora mismo tendría que estar salvando al mundo” pensó Plastiquito.


Tal vez debería resolver la crisis económica que ciertos países tarugos enfrentan. Mira que la vida puede complicarse. Un desconocido de pronto llega y te obsequia, así, de la nada, un plastiquito coqueto con un espacio para que escribas tu firma. “Tengo tantas ganas de ser especial -dice tu silencio- tantas ganas de firmar, de escribir mi nombre en ti”. Después, el plastiquito se desliza entre pequeños artefactos extraños (sabrá dios cómo funcionan), pero se desliza, el plastiquito, en ellos, y de pronto la felicidad es posible.

Sí, yo existo. Me deslizas en el artefacto cotorro y gris y existo.
Me firmas las costillas y además de reírme, existo. Y soy real. Soy real si me deslizas entre ese espacio azucarado. Soy real cuando me guardas entre papelitos tontos y teléfonos a los cuales nunca marcarás, pero no porque seas cobarde, no. Ya no sabes de quién coños era ese número que te costó seis margaritas y unos cuantos tontos cigarritos. Pero todo bien conmigo… porque a mi número no necesitas apuntarlo. Tú no me olvidas nunca. Me quieres, me recuerdas, me deslizas. Mira que la vida puede complicarse, sobre todo cuando te hago falta. Y te hago falta siempre. Entonces, mi ego se infla, se inflama invisible, inimaginable y crece. Crece a la par de ochenta mil plastiquitos felices que también se inflan, se deslizan y endulzan la vida de ocho mil idiotas que sonríen tristes. Y nos desliza el ego con tal placer que se te olvida el fin de mes.

Pero no, yo te quiero siempre, siempre y cuando me deslices siempre. No soy yo la que te dice idiota a fin de mes. No soy yo la que te quita lo que tienes. No soy yo la que te roba la mirada y te rellena el alma con su hambre de existencia. Yo no soy tu banco. Yo no soy la crisis de las casas que de pronto ya no existen. Yo te gusto, yo te gusto siempre. Siempre y cuando me deslices.