28.10.11

For Rose: Milk and dogs


Un día vi a una mujer que tenía la mirada fija en el valle. Era una mujer antigua, feliz. Estaba sola. Era un día soleado. Octubre siempre tendrá los mejores atardeceres, las mejores lunas. Había viento. Su melena blanca me hizo pensar en lo bonito que sería llegar a ese valle, así: con dinero, con la ropa que ella vestía. Con sus años y sus joyas. Con su mirada salvaje y serena. Con su silencio.

Después pensé en todo lo que tengo que vivir para convertirme en lo que quiero, sobre todo porque no he podido cambiar la forma ingenua para mirar ciertas cosas. No he sufrido tanto y aunque me irrite sigo siendo un cachorro que mira con miedo y curiosidad. No tengo el glamour, no tengo la gracia. Imaginé a los amantes de esa señora extranjera, y mi deseo de seguir fue aún más grande. Pienso que podría llegar a los sesenta años así. Llena de historias profundas. El dolor, no puede ser tan malo. Me resisto a pensar que la vida está hecha para eso. Después de todo, no necesito ser una vieja para saber que sufrir es innecesario.

Caminé un poquito, me acerqué y saludé, tímida pero con ganas de invadirla toda, con mi mirada y mis preguntas incómodas. Pero ella parecía estar anclada a su calma, ajena a mi tormenta. Era una mujer rodeada de perros feos. Perros que inundan las calles de los pueblos con su hambre y sus heridas. Nunca he comprendido cómo alguien puede lastimar a un animal, pero esas cosas pasan. Hay gente que sin más puede quemar a un cachorrito para apagar su maldito cigarro. Esas cosas pasan. Y esos perros feos parecían entenderme a mí, que no tengo marcas de cigarros pero soy tan fea por dentro, aunque no sea fea siempre.

Pero todos hemos hecho algo horrible, algo que nos marca por dentro y nos convierte en esos perros. Esas cosas pasan… pero los perros no me juzgaron como yo los juzgué por feos, flacos y callejeros. Y tampoco la mujer me juzgó por ser inexperta e ingenua, invasiva e incapaz de mirarla a los ojos mientras preguntaba las cosas más íntimas. Respondió a mi saludo y me dijo que miraba hacia el valle porque eso era hermoso sólo porque sí. Estaba en San Miguel para construir un estudio y seguir haciendo lo que mejor hacía. Yo todavía no sé que es lo que hago bien. A veces pienso que sé quien soy. Después salgo de mi cama y el mundo me resulta ajeno. Le pregunté si con los años la vida se vuelve algo familiar, predecible. Me preguntó si no tenía familia. Supongo que invadí de más, pero sonrió y me invitó a su casa para mostrarme a un perro que recién había llegado.
Era un cachorro suave. Olía a leche y mordía todo lo que se atravesaba en su camino.

Rose, así se llamaba la mujer, quiso regalarme al cachorrito. Después me miró, sonrió… me dijo no. Y me acercó un vaso de leche.