29.10.09

Aquí, tan lejos.

Así que busqué la montaña más lejana, más lejana, más lejana. La busqué y dejé mis zapatos en el camino. Porque tiene que doler. La redención, el arrepentimiento, la purificación, esas cosas que valen tienen que doler. Así que tomé mis zapatos y decidí enterrarlos junto a una planta enorme y muerta del desierto. Le dije “No he sabido caminar y estoy vacía. Muerta como tú” y me fui descalza caminando hacia la montaña porque era necesario platicar con Dios. Y me fui descalza provocando al cascabel de las serpientes del desierto. Necesito su veneno. Y me fui descalza hacia la montaña para platicar con Dios. Imaginé la muerte más violenta. Imaginé la muerte que deseaba. Quise pagar. Sentir todo el dolor, toda la muerte, toda la noche que abunda entre la tierra seca, y lo intenté con los pies desnudos y la boca seca. Quise la muerte a cambio de la redención. Pero la noche pasó y las estrellas nunca se aparecieron. Qué voy a hacer entonces con el día, con mis pies descalzos y mi boca derramándose? Qué haré yo sin la montaña más lejana, sin el desierto redentor y sin Dios… cómo termina un cuerpo que no ha tenido fe más que en las propias mentiras que se cuenta? Todo eso pasa mientras espero a que amanezca aquí, lejos, lejos, lejos, de mi montaña.

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